Arte con toque femenino

EL Museo El Prado desconfinó por cinco meses a artistas ocultas en sus depósitos

En su tratado «La inferioridad mental de la mujer», el doctor Moebius escribía barbaridades de este calibre: «La generalidad de las pintoras carecen de imaginación creadora, y no salen de una técnica mediocre: flores, cuadros de género y retrato. Es muy raro que un verdadero talento rompa esta regla casi general, y si se presenta siempre tiene rasgos que demuestran un hermafroditismo intelectual. La impotencia para concebir y para combinar, es decir, la carencia de imaginación estética, comprueba la esterilidad del esfuerzo de la mujer». Sin comentarios.

«Falenas», de Carlos Verger
«Falenas», de Carlos Verger – MUSEO DEL PRADO. DEPOSITADO EN EL MUSEO DE ZAMORA

Ángeles del hogar o aficionadas (dos de los muchos eufemismos con los que las mujeres tuvieron que cargar a cuestas), modelos y musas a las que pintar y mirar, o a lo sumo ayudantes de los maestros, pero nunca creadoras, artistas. Siempre secundarias, nunca protagonistas. Durante décadas y décadas, las mujeres estuvieron abocadas a ser miniaturistas, pintoras de bodegones, virtuosas del dibujo y copistas. Cuando eran buenas pintoras, la crítica se encargaba de ello, masculinizándolas. De Elena Brockmann decían que pintaba como un hombre y de Antonia Bañuelos, que era el mejor pintor de su sexo. Las artistas tenían que soportar la condescendencia de la crítica: adulaciones, faltas de respeto, burlas crueles… Y no sobre su trabajo, sino sobre su aspecto físico. Las mujeres eran meras invitadas a las que se acoge con cortesía, pero de las que se espera que se marchen educadamente a la hora acordada, advierte Carlos G. Navarro, comisario de la nueva exposición del Prado, primera en seis meses. El museo reabrió sus puertas el 6 de junio con «Reencuentro», que aún puede visitarse. Eso sí, el precio, que se había reducido a la mitad, ha vuelto a ser de 15 euros. Aunque en el horario gratuito también podrá visitarse la exposición temporal.

Vetadas a la formación académica, las artistas permanecían en el anonimato, firmaban con el apellido del marido o de otro familiar o simplemente con su apellido, ocultando su nombre. ¿Qué sitio se dejó que ocupara la mujer en el arte del siglo XIX y las primeras décadas del XX? Se imponían unos límites a la presencia de mujeres en el sistema artístico español. No podían sobrepasarlo. Algunas lo intentaron, saltándose las normas, para escapar de un asfixiante lugar en el que se las había confinado. Su presencia era incómoda y por ello hicieron que fueran invisiblesNadie las tomó en serio hasta bien entrado el siglo XX. Muchas de sus obras pasaron décadas ocultas en los almacenes del Prado o exiliadas en depósitos, fuera del museo. Hoy ven al fin la luz.

«Soberbia», de Baldomero Gili y Roig
«Soberbia», de Baldomero Gili y Roig – MUSEO DEL PRADO. DEPOSITADO EN EL MUSEO DE BELLAS ARTES DE LA RIOJA

Bajo el título «Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, idelogía y artes plásticas en España (1833-1931)», la exposición, patrocinada por la Fundación AXA, aborda, hasta el 14 de marzo, un periodo comprendido entre el reinado de Isabel II y el de su nieto Alfonso XIII. El comisario, Carlos G. Navarro, conservador del Área de Pintura del siglo XIX del Prado (que ha participado de manera telemática en la presentación de esta mañana, debido a que está a la espera de los resultados de una PCR), ha tomado las salas A y B del Edificio Jerónimos con más de 130 obras (la mayoría del Prado, pero también de Patrimonio Nacional y otras colecciones públicas y privadas). Muchas de las obras nunca habían sido expuestas, se han reatribuido autorías, hay nuevas catalogaciones, se han restaurado decenas de obras (algunas presentaban graves daños)…

La exposición tiene dos partes. La primera se ocupa del respaldo oficial a la imagen de la mujer del ideal burgués, que el Estado, como promotor de las Bellas Artes, con un discurso paternalista, legitimó con encargos, premios y adquisiciones. Muchas de esas obras fueron galardondas en Exposiciones Nacionales, creadas a partir de 1853. El Ministerio de Fomento se encargaba de adquirirlas. La segunda parte aborda las carreras de las mujeres artistas, a las que esta exposición da, al fin, visibilidad. Esta muestra nos desvela cómo pintaban a las mujeres los artistas, cómo las reflejaban en sus obras, pero también qué mujeres artistas había en esas décadas. Desde Rosario Weiss (1814-1843) hasta Elena Brockmann (1867-1946).

Una exposición que, ya antes de su presentación e inauguración, era objeto de polémica en las redes sociales: que si el cuadro elegido para su difusión en prensa «representa el estereotipo de la femme fatale pintado por un hombre», que si el ciclo de conferencias lo imparte solo un hombre, que por qué se titula «Invitadas» si son artistas de la Colección del Museo del Prado… Incluso animaban a bombardear con mails el área de Comunicación de la pinacoteca. Un delirio.

«La Reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la Infanta doña Catalina», de Francisco Pradilla
«La Reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la Infanta doña Catalina», de Francisco Pradilla – MUSEO DEL PRADO

El montaje (recrea el interior burgués del XIX, opresivo, asfixiante, oscuro, con paredes negras) es preCovid -la muestra fue aplazada, debido a la pandemia-, por lo que ha habido que hacer algunos cambios: se han retirado apliques de terciopelo, asientos… La muestra arranca con las «Reinas intrusas». Se trató de legitimar el derecho de Isabel II a la Corona encargando una serie de retratos de todos los Reyes de España. Un proyecto de José de Madrazo para adornar cuatro de las salas del nuevo Museo de Pinturas que él dirigía. Y Juana la Loca pasó a ser la figura favorita de los pintores de historia. Como Francisco Padilla, que la retrata recluida en Tordesillas con su hija.

En las siguientes salas se abordan, plasmados en las obras expuestas, asuntos como la educación sexista (ensalza los valores morales y la virtud de las niñas), la visión de una mujer de carácter débil y con desequilibrio emocional, las hijas pródigas y descarriadas que se redimen…, la prostitución, la infidelidad… Una de las salas que levantará más ampollas es la dedicada al desnudo femenino. Todas las obras, realizadas por hombres, excepto una película de Louise Weber, «Hypocrites». Las mujeres, explica el comisario, eran «forzadas a posar desnudas por dinero, esclavizadas o fragmentadas y deshumanizadas, desprovistas de identidad. Son desnudos para deleite de la mirada masculina, que subliman las fantasías de los hombres, enmascaradas bajo excusas moralizantes». Pasan sin problema el filtro de la censura. En la sala, que preside «Las tentaciones de san Antonio», una monumental escultura en escayola de Gabriel Borrás, cuelgan pinturas como «La casta Susana», de Francisco Maura, hermano del presidente del Gobierno, Antonio Maura; «La esclava», de Antonio María Fabrés (un regalo del artista a Alfonso XIII)…

«Crisálida», de Pedro Sáenz
«Crisálida», de Pedro Sáenz – MUSEO DEL PRADO. DEPOSITADO EN EL CUARTEL GENERAL DE LA FUERZA TERRESTRE DEL EJÉRCITO DEL AIRE DE SEVILLA

Pero son «Inocencia» y «Crisálida», de Pedro Sáenz, las que no pasan desapercibidas. Son dos depósitos del Prado: «Crisálida», en el Cuartel General Fuerza Terrestre del Ejército de Tierra en Sevilla (¿qué pinta allí este cuadro?); «Inocencia», en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia del Puerto de Santa María (Cádiz). En ambos lienzos aparecen en primer plano sendas niñas desnudas, muy sexualizadas. Una posa con sus juguetes; la otra, con un flor deshecha, alegoría en el siglo XIX de la pérdida de la virtud femenina, explica el comisario. Hoy no pasarían el filtro de la censura. Al lado de Sáenz, Balthus parece un mojigato. Las dos obras fueron premiadas en exposiciones nacionales. La primera, obtuvo la segunda medalla en 1897. La segunda, la segunda medalla en 1899. Y ambas fueron adquiridas por el Estado.

«El sátiro», de Antonio Fillol
«El sátiro», de Antonio Fillol – COLECCIÓN FAMILIA FILLOL

Queda clara en la siguiente sala, dedicada a la censura, la doble moral y la ética moldeable que imperaba en los jurados de aquellas exposiciones nacionales. Mientras aceptaba los desnudos infantiles de Pedro Sáenz, rechazaba en 1906 cuatro obras por indignas. Una de ellas es «El sátiro», de Antonio Fillol, una pintura de temática social cuyo argumento (inspirado seguramente en una noticia real) creía el jurado que sobrepasaba los límites de lo admisible. En una rueda de reconocimiento, una niña acompañada de su abuelo identifica a su abusador. Cuelga también en la sala «La jaula», donde José López Mezquita retrata a un grupo de prostitutas, entre las cuales se halla un travesti. Paradójicamente, dice Carlos G. Navarro, el artista «firmó una carta en la prensa de adhesión al ministro diciéndole que ha hecho muy bien limpiando la escuela española de este tipo de escenas tan obscenas».

El recorrido continúa con espacios en los que se abordan otros asuntos, como la reivindicación de la mujer del XVIII, tradicional, con decoro y elegancia, frente la mujer moderna y liberada (obras de Gutiérrez Solana, Beruete, Ezquerra, Ignacio Zuloaga, Eduardo Urquiola…) o las mujeres tratadas como maniquíes de lujo. Aquí el protagonista es Raimundo de Madrazo, que retrata a las mujeres de la alta sociedad internacional disfrazadas de aristócratas de la Corte de Versalles. Así posaba Aline Masson, su modelo fetiche. Escritoras como Segunda Martínez de Robles y Emilia Pardo Bazán utilizaron en sendos textos el término náufragas para denunciar la marginalidad de la mujer en el siglo XIX. Pardo Bazán, en un breve relato publicado en «Blanco y Negro» el 19 de junio de 1909.

«Interior de un taller», de Joaquín Espalter
«Interior de un taller», de Joaquín Espalter – MUSEO NACIONAL DEL ROMANTICISMO

Pintores como Valeriano Domínguez Bécquer, Vicente Palmaroli o el propio Madrazo retrataban a modelos en su taller como si fueran aves enjauladas, desprovistas de identidad. Las jóvenes de la alta sociedad del XIX aprendían canto, piano, pintura… Pero no podían entrar en las Academias de Bellas Artes, solo en escuelas de dibujo o talleres de pintores. Están abocadas a ser miniaturistas, dibujantas, copistas, fotógrafas… Este último es el caso de Jane Clifford, esposa de Charles Clifford. Abrieron un estudio en Madrid. Tras la muerte de él en 1863, ella continuó con el negocio. El Victoria & Albert (por entonces se llamaba South Kensington Museum) le encargó que fotografiara el Tesoro del Delfín en el Prado. Pero esas fotografías, que ahora cuelgan con su nombre, fueron atribuidas a su marido hasta hace poco.

La Reina Isabel II es la autora de esta copia de la «Sagrada Familia del pajarito», de Murillo
La Reina Isabel II es la autora de esta copia de la «Sagrada Familia del pajarito», de Murillo – PATRIMONIO NACIONAL. REAL CONVENTO DE SAN PASCUAL. ARANJUEZ

En el siglo XIX muchas mujeres se dedicaron a copiar las obras de los viejos maestros. Curiosamente, en los libros de registro del Prado ellas añadían a su nombre la palabra «copianta» y no «copista». Entre ellas, Rosario Weiss, Emilia Carmena de Proto… Incluso miembros de la Familia Real se afanaron en pintar copias. Es el caso de Isabel II, presente en la muestra con una copia de la «Sagrada Familia del pajarito», de Murillo; la Infanta Amalia de Borbón, con una copia de un «Paisaje» de Jan Frans van Bloemen; y la Reina María Cristina de Borbón, que copiaba obras de Murillo y de maestros italianos, pero de quien se exhibe un paisaje nocturno, dedicado a su esposo, Fernando VII, que su hija Isabel II tenía en su dormitorio. También fueron copistas Madame Anselma (Alejandrina Gessler de Lacroix), Paula Alonso, Rosario Weiss, Emilia Carmena, Joaquina Serrano… Las Reinas, además de pintoras, fueron también protectoras y mecenas de artistas españolas y extranjeras. Así, Isabel II, desde el exilio, encarga a la artista francesa Cécile Ferrère un retrato del heredero, el futuro Alfonso XII: «El príncipe Alfonso, cazador».

«Paso de una procesión por el claustro de San Juan de los Reyes, Toledo», de Elena Brockmann
«Paso de una procesión por el claustro de San Juan de los Reyes, Toledo», de Elena Brockmann – MUSEO DEL PRADO, DEPOSITADO EN EL HOSPITAL REAL DE GRANADA

Entre los nombres propios, artistas como Elena Brockmann, que fue la única que se atrevió con la pintura de historia, vedada a las mujeres. Conoció el éxito en vida. Cuelga en la muestra «Paso de una procesión por el claustro de San Juan de los Reyes, Toledo», con el que ganó una tercera medalla y que es un depósito del Prado en el Hospital Real de Granada. Y María Luisa de la Riva, que vivía en París y alcanzó prestigio internacional. Se exhiben varios de sus célebres lienzos de flores y frutas. O Rosa Bonheur y su célebre león («El Cid»), un icono del colectivo LGTBI. Fue la primera mujer condecorada con la Orden de Isabel la Católica. «Mi padre, ese apóstol entusiasta de la humanidad, me repitió muchas veces que la misión de la mujer era la de elevar el género humano, que ellas serían el Mesías de los siglos futuros. Debo a sus doctrinas la grande y orgullosa ambición con que comprendí el sexo al que me honro en pertenecer y cuya independencia defenderé hasta mi último día», escribió Bonheur. Helena Sorolla, hija menor de Joaquín Sorolla, fue una talentosa escultora, pero abandonó su carrera tras casarse. La primera compra a una artista femenina es «Cristo con la Cruz a cuestas (según Sebastiano del Piombo)», de Teresa Nicolau, un gouache sobre marfil adquirido en 1867.

«Flores y frutas», de María Luisa de la Riva
«Flores y frutas», de María Luisa de la Riva – MUSEO DEL PRADO. DEPOSITADO EN LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

Rosario Weiss fue una artista independiente, de ideas liberales. Hija de Leocadia Zorrilla e Isidoro Weiss, es más célebre por haber sido ahijada y discípula de Goya que por su trabajo, aún muy desconocido, aunque en los últimos años ha sido rescatada en exposiciones en el Museo Lázaro Galdiano y la Biblioteca Nacional. Ser la ahijada de Goya debía ser una carga difícil de sobrellevar para una joven y talentosa artista, siempre a la sombra de su preceptor, quien le enseñó a escribir y dibujar. Otras lo tuvieron más difícil. Antonia de Bañuelos ganó la segunda medalla en la Exposición Nacional de 1890, pero no le compró el Estado la obra premiada por una cuestión sexista. «Es una pintora de una calidad extraordinaria por la que yo lucharía para incorporar a la colección permanente. Podría defenderse perfectamente», advierte Carlos G. Navarro.

«Desnudo femenino», de Aurelia Navarro
«Desnudo femenino», de Aurelia Navarro – COLECCIÓN DIPUTACIÓN DE GRANADA

Aurelia Navarro tuvo éxito pero renunció a su carrera para ingresar como monja en un convento por las presiones familiares a causa de una polémica pintura de desnudo. Concepción Figuera firmó sus obras con el pseudónimo de su tío, Lármig. María Luisa Puiggener, solo con su apellido. La lista es amplia: Julia Alcayde, Lluïsa Vidal, María Roësset…, de quienes se exhiben sus autorretratos. El de esta última, de cuerpo entero y vestida de luto al quedarse viuda, es hoy propiedad del Reina Sofía, pero cuando formaba parte de las colecciones del Prado colgaba en las salas del XIX. Es una artista muy interesante. La exposición se cierra con una película de Alice Guy-Blaché: «Las consecuencias del feminismo», de 1906. Se preguntaba en ella la cineasta qué pasaría dentro de cien años, cuando hubiera triunfado el feminismo. Pues que las cosas han mejorado, pero no tanto como sería deseable.

Por Natividad Pulido

Fuente ABC (www.abc.es)