Por Gina Verona Muzzio
La pandemia implicó para casi todo el mundo un quiebre en su cotidianeidad, un parate en la rutina o un descanso obligado. Pero indefectiblemente para todas las personas, llevó a la modificación y adaptación de sus actividades. Para las infancias y adolescencias, e incluso para muchos adultos que toman clases, éstas se debieron adaptar a un formato virtual desde que a mediados de marzo en Argentina se decretó el aislamiento social preventivo y obligatorio. Así fue como entraron en juego un montón de factores que no son tan tenidos en cuenta cuando las clases se pueden desarrollar de manera presencial en las diversas instituciones educativas o de formación. Uno de los principales fue el acceso a internet y otras herramientas de conectividad. Otro tema clave fue la necesidad del contacto humano, de verse las caras y percibir cómo está la otra persona.
Adaptación, aprendizaje, añoranza, esfuerzo, atención, acompañamiento, tolerancia y respeto son algunas de las palabras que surgen cuando EQC Mujer conversa con docentes de distintos ámbitos sobre cómo se modificó su actividad en medio de la pandemia de coronavirus que puso patas arriba todo el mundo este 2020.
“Creo que hubo un cambio de prioridades con la pandemia. En la escuela donde doy clases, hay chicos y chicas de clase media, y hay otros de barrios más alejados del centro, como Empalme, que tienen otras realidades y otras necesidades. Desde la presencialidad eso siempre se tuvo en cuenta, pero hoy por hoy se tuvo que priorizar. No tiene sentido que una piense una clase espectacular, llena de contenidos y que después los estudiantes no tengan internet y no la puedan ver. O si tienen a sus padres enfermos o a su mamá que se quedó sin trabajo. Entonces, en todo momento se priorizó tener en cuenta las realidades que estaban pasando nuestros estudiantes y no sumarles más estrés”, comentó Maité, docente de una escuela secundaria rosarina y adscripta de una cátedra en la Facultad de Ciencia Política de la UNR.
Al igual que Natalí, quien también dio clases como reemplazante en una secundaria pública de la zona sur de Rosario, utilizaron el Whatsapp para mantenerse comunicadas con sus estudiantes. Muchos de los adolescentes no contaban con computadoras o WiFi, pero casi todos tenían un celular en casa. A través del mismo, escuchaban audios explicativos, veían videos, leían mails con material en PDF e incluso escribían los trabajos prácticos. Maité contó el caso de una alumna que escribió “un trabajo excelente de diez hojas sobre Maquiavelo, relacionándolo con temas de actualidad, y lo hizo todo con el celular”.
Las docentes también tuvieron que adaptarse a las herramientas digitales, responder mensajes en horarios estrafalarios y estar atentas a sus alumnos a través de las pantallas. Todas las entrevistadas contaban con internet, aunque no estuvieron exentas de las fallas de conectividad que vivió toda la población. “Yo sí contaba con conectividad. Nunca había hecho videollamadas grupales, en Zoom y Meet, y me tuve que aggionar. Hubo un gran aprendizaje, usufructuando todos los recursos que teníamos disponibles”, expresó Maité.
Por su parte, Natalí relató que su conectividad era bastante lenta y que se le hizo difícil usarla a la hora de las videollamadas. “Lo más dificultoso fueron los plenarios docentes vía Meet, porque solo puedo hacer videollamadas desde el celular y se me tilda bastante. Respecto a mi computadora, no puede soportar el peso del Meet y del Zoom, así que me costó mucho seguir la dinámica de las reuniones virtuales”, explicó.
Respecto a sus estudiantes, la profesora indicó que al tomar el reemplazo en noviembre, “la escuela había armado un aula ampliada dónde se contaba con información sobre los recursos con los que contaban los y las estudiantes. La mayoría usaba su celular personal con datos móviles, porque no llega WiFi a muchos barrios de la ciudad. Por lo cual, el acuerdo fue utilizar Whatsapp que fue libre este año y consensuar la realización de videollamadas. También realicé clases explicativas con la herramienta Genialy, que me resultó muy dinámica”.
Con los más chiquitos, la situación fue distinta. En algunas escuelas se repartió material impreso que los padres y las madres retiraron, en otras se crearon grupos de Facebook y Whatsapp con papás y mamás, y también se realizaron videollamadas grupales. Gilda, docente de inglés de nivel inicial y primario en dos escuelas privadas y de un Instituto particular de idiomas, dijo a EQC Mujer que “durante la pandemia, mi trabajo se modificó al 100%. Al trabajar con niños y niñas tan chiquitos fue muy difícil. Estuve dando clases todo este año por las plataformas virtuales, como Zoom, Meet, dependiendo de la decisión de cada institución. En nivel inicial mandamos videos una vez por semana o cada quince días. Se subían a grupos de Facebook en los que estaban las mamás y los papás de los alumnos. Las maestras especiales subíamos los videos ahí, las maestras de sala a veces hacían videollamadas, pero todas usábamos plataformas digitales. Hubo que prácticamente aprender a hacer todo de nuevo”.
“Tanto los alumnos y las alumnas, como nosotros contábamos con la conexión y con una compu, eso no pasó en todos lados. Eso lo veo como un privilegio, que lo hayamos podido usar, que nos hayamos podido encontrar y que las familias se hayan podido organizar los horarios. Por ahí trabajan y al mismo horario había que conectar a los hijos y a las hijas, entonces era toda una nueva estructura la que se planteaba. Se pudo organizar y sé que eso no pasó en todos lados. Se armó una nueva rutina, que se pudo ir reformulando. Hubo también mucha voluntad y mucha comprensión cuando no se podía”, añadió Gilda.
Otro cantar fue el que pasaron quien impartían clases relacionadas al movimiento corporal. Deborah da clases de elongación, flexibilidad y parada de manos (verticales). Antes de la pandemia, realizaba algunas al aire libre y otras en un espacio privado. “Al principio, no compartía la idea de dar clases que trabajan el cuerpo a través de internet, pero a pedido de les alumnes decidí hacer una clase de prueba para todes, incluida yo. Resultó que era posible y arrancamos online. Más allá de que la clase es grupal, no se pierde lo personalizado, pero con la virtualidad fueron clases más dirigidas de manera general, donde cada une iba tomando lo que se proponía, teniendo en cuenta su propio límite a la hora de ir un poco más o un poco menos, o buscar una variante a la hora de hacer determinadas posturas”, detalló.
En el caso de sus clases, no había más de ocho alumnos e incluso algunas eran personalizadas. No sólo por el tema de la conexión, sino también para poder ver y escuchar a cada uno. “Llegaron personas nuevas y también de otros lados que no era Rosario. Como elementos para las clases, cada quien fue usando lo que encontraba en casa: algunos tenían colchoneta, unos usaban cintos, bufandas, ojotas de apoya talón. Le buscamos la vuelta”, explicó Deborah.
Lo que más extrañaron
El contacto cara a cara, la expresión corporal, los abrazos, el percibir cómo están los alumnos, si les pasa algo, poder tener charlas con ellos fue lo que más extrañaron todas las docentes. “Cuando una elige la docencia como profesión es porque le interesa trabajar con personas. Si bien esas personas estuvieron ahí y se generó el vínculo tanto pedagógico como afectivo, no es lo mismo poder estar presente, poder estar en el salón de clases. Si una estudiante se siente mal, si está pasando un mal momento en seguida te das cuenta, en cambio en la virtualidad pasaba que desaparecían y vos no sabías cómo estaban, qué les estaba pasando”, analizó Maité.
“De las clases presenciales extrañé la espontaneidad del diálogo, del ida y vuelta y de la construcción más grupal de conocimientos. Sentí que en la virtualidad, recaí en el ‘explicacionismo’, en estar pidiendo que meramente cumplan en la entrega de trabajos. También puedo rescatar que el usar herramientas virtuales para el dictado de clases es fundamental. Considero que las herramientas tecnológicas, no solo deben usarse para lo recreativo sino aprovechar el excelente potencial que tienen para desarrollar temas de estudios. Por supuesto que voy a seguir usando las herramientas digitales y mi objetivo será que desde el secundario haya un uso ligado a la investigación y presentación de temas de interés a través de los formatos virtuales”, agregó Natalí.
“En las edades con las que yo trabajo, los chicos necesitan usar todos los sentidos para aprender y eso estaba totalmente coartado. Poder disfrutar de algo juntos, desde lo más sencillo como usar un juguete, un peluche, algo para tocar a través de la experiencia, no se pudo hacer. En algunos casos yo mandaba videos y por más que ellos respondan con algún video o foto, no podía escucharlos, no podía mirarlos a la cara. Extrañé el disfrute del salón, todo eso se perdió y para mí fue tremendo. Todo tiene su lado positivo, porque aprendimos a usar un montón de herramientas nuevas. Como docente de una materia especial, yo corro todo el día de un colegio a otro, eso fue mucha más fácil, corría de un lugar a otro virtualmente. Cuando me adapté a la nueva rutina, tuvo sus ventajas. Tengo que rescatar que con la edad que yo trabajo, fue súper positivo, se adaptaron mucho más rápido que por ahí un adulto o una adulta, que tiene que reorganizar sus estructuras mentales. Se adaptaron y aprendieron un montón y expresaron un montón de sentimientos y emociones a través de una pantalla. Esas son dos caras. Este año lo que más intentamos hacer fue mantener el vínculo y acompañarlos y que puedan expresarse aunque sea a través de la pantalla y de esa manera fluyeron todos los contenidos que se enseñaron. El acompañamiento fue lo principal. Yo soy una agradecida porque sé que un montón de personas no pudieron seguir aprendiendo, no se hallaron, no contaban con los medios”, reflexionó Gilda.
“Extrañaba los abrazos, las pequeñas charlas al llegar o irse, cruzar a las personas de la clase anterior, las risas en el medio de clase para romper el hielo y que se encuentre el disfrute en lo que se estaba haciendo. Rescato haber logrado incluso más claridad a la hora de hablar, que llegaran personas de otros lugares que no era Rosario. La virtualidad es una herramienta para incorporar y llegó para quedarse, a mi gusto, como adicional a lo presencial o como única opción si hay personas que prefieren o solo pueden esa opción por la razón que sea. Rescato haber conocido un poquito más de la vida de cada quien al visualizar parte del lugar donde viven y, como dije durante la pandemia, que fueron clases como acompañamientos mutuos en nuestro entrenamiento y para volver a conectar con el cuerpo y con algo de lo que nos gusta hacer”, finalizó Deborah.