Cuando se menciona al comedor “Los Carasucias” o a los chicos de la calle es imposible que no venga a la memoria el rostro y la sonrisa de Mónica Carranza, su fundadora. Se podría decir que fue una heroína que luchó a brazos partidos para que los niños desprotegidos no sufrieran lo que ella padeció en su niñez.
Ejemplo de lucha y amor al prójimo, esta mujer nacida en el seno de una familia humilde, en Parque Patricios (Argentina), tenía once hermanos y vivió una infancia llena de privaciones. Estuvo internada en un instituto hasta que logró escaparse y comenzó a vivir en la calle, lugar donde sufrió todo tipo de atropellos. Cuando se casó nació la idea de fundar un comedor para alimentar a chicos desnutridos y en el año 1996, con un gran esfuerzo personal, ya que hipotecó su casa y alquiló un galpón para llevar adelante su obra, cumplió su sueño.
La historia comenzó por los años 90 con un par de chicos a los que Mónica con su amplia sonrisa le ofreció sándwiches, la voz de que una mujer daba de comer se corrió rápidamente y se fueron sumando nuevos rostros, al punto tal que un día decidió convocarlos a comer en una plaza cercana. Todos estos chicos que se acercaban a recibir junto con el alimento el calor y el amor de esta alma generosa, ignoraban que Mónica se quedaba hasta altas horas de la madrugada fabricando flores de papel que luego vendía o cambiaba por mercaderías para tener comida para el día siguiente. Así se fue gestando la Fundación los Carasucias. Con el paso de los años y la férrea voluntad de esta mujer, otra gente se fue acercando y lo que empezó con un puñado de personas se transformó en un sitio inmenso donde asisten 2500 familias, se le refuerza la alimentación a más de 1500 niños desnutridos y se asiste a enfermos de sida, diabetes y otras enfermedades.
Hubo una batalla que Mónica no pudo vencer, la del cáncer que se la llevó de este mundo en el año 2009, tenía 63 años y estaba por inaugurar otra parte de su comedor, pero desde el sitio del universo donde se encuentre debe estar con esa sonrisa esperanzadora viendo que su obra no murió, su hijo Roberto asumió el compromiso enorme de seguir al frente de Los Carasucias y de esta forma honrar la memoria de su madre.
Ella misma ha contado que muchas veces se preguntaba cuál era la razón por la que tenía la obsesión de darles de comer a todas las personas de la calle y enseguida encontraba dentro de su ser la respuesta: “Nunca se han cerrado mis heridas y jamás voy a olvidar el infierno que he pasado en la calle”. También otras de las frases que repetía en las entrevistas era que “Una cosa es hablar del hambre y otra cosa es pasar hambre”.