Para leer y pensar

Dios, la trascendencia y el sentido de la vida


Por Candi

Si no hay Dios, es decir si no hay plano de existencia espiritual, tampoco hay trascendencia. Según Kant, la trascendencia es ir más allá de la experiencia conocida o posible, o, lo que es lo mismo, ir a otro plano desconocido, en este caso el plano espiritual que es invisible e intangible.
Ahora bien, si no hay trascendencia, si después de esta realidad, no hay un más allá, otra existencia y otra dimensión, todo se reduce al plano carnal o físico conocido, la vida y todo lo creado tiene un sentido relativo, acotado podría decirse. Sin embargo, la capacidad de reflexión de ciertas mentes y el análisis profundo desprovisto de soberbia, nos permiten
manifestar que la inmensidad del universo, de todo lo creado, es de tal magnitud y tan imposible de abarcar y comprender por la mente humana, que necesariamente debió haber y hay algo infinitamente superior al hombre y eterno que creó esto que vemos y que lo mantiene, pues es imposible que de la nada surja algo o se produzca algo “inicial”. Y, por
tanto, si el creador de lo visible es invisible, es lógico pensar que hay también un orden invisible, intangible, poderoso, inteligente y creativo.
Este “algo superior” (Dios) no puede verse ni tocarse y es eterno. Un Dios u orden superior que prescinde incluso de la ecuación espacio-tiempo. Nietzsche, como se sabe, imaginó a un súper hombre capaz de armar y dirigir su destino y dijo que Dios había muerto, apelando para esta teoría a la idea de que no respondía a las necesidades humanas. Vaya a saber uno qué clase de Dios imaginó el filósofo, pero en mi opinión se equivocó. No es que Dios se haya muerto, no es que no responda al llamado de quienes lo siguen, en todo caso o en el peor de los casos para la humanidad, podría pensarse (podría digo) que Dios ha girado su vista de este plano material un “instante” para atender “a las demás moradas” del universo (paráfrasis o aproximación a las palabras de Jesús: “hay muchas moradas en la casa de mi Padre”). Y debe entenderse que en la eternidad de Dios un “instante” para Él son miles de años, o tal vez más, del hombre. La verdad es que Dios siempre ha vuelto concretamente a la ecuación tiempo-espacio humana, para acompañar a la humanidad. Hay múltiples ejemplos en la historia de mensajeros enviados que han dejado su mensaje. Pero jamás se ha ausentado en el plano espiritual.
Es justificado, sin embargo, hacer el planteo: ¿por qué sufro, por qué muero, por qué me va mal en la vida? y la consecuente aseveración: Dios me abandonó, o Dios no existe o Dios se ausentó dejándome a mí y a la humanidad a la deriva. Bueno, son posturas que deben ser respetadas porque nacen de la soledad, del dolor, de la insatisfacción y del no encontrarle pleno sentido a la vida. Pero ese es un punto de vista puramente humano, una concepción de la cosa hecha desde lo material, desde el principio del espacio-tiempo. Una criatura netamente espiritual podría mirarlo de otra forma y expresar: no necesito lo material, no forma parte de mi mundo; la muerte no existe y mi sustancia es la eternidad y en mi plano de existencia no hay ausencia de Dios porque yo estoy en Él y Él en mí. Una criatura tal podría sentir (y yo creo
que así es) “la felicidad está en mi naturaleza verdadera, que es la naturaleza de la Fuente de todas las Cosas” (Dios).
Quisiera aclarar por último la cuestión del espacio-tiempo y el “instante” en la eternidad de Dios, porque alguien podría decir: “sí, pero el instante de la divinidad significa tiempo de soledad en la humanidad, una humanidad abandonada y triste mientras el Orden Superior se ocupa de otras cuestiones en otras “moradas”. Es un planteo erróneo, un planteo hecho desde lo puramente material y físico, porque Dios no se aparta, no se va, no se ausenta en lo
espiritual. Y el ser humano, como cualquier ser vivo (y en esto discrepo fuertemente con algunas creencias que niegan la existencia del espíritu en los animales) tiene carne efímera y espíritu eterno. La diferencia entre el ser humano y un animal es que estos últimos no tienen suficiente capacidad intelectual, nada más.
La filosofía oriental sostiene que el sufrimiento sobreviene por el apego, es decir por el aferrarse a las cosas de este mundo y creer que son el centro de todo, cuando en realidad el epicentro de todo está más allá de la carne. Y desde este punto de vista, y respetando todas las ideas, yo estoy inclinado a creer que Dios jamás ha abandonado al hombre, que jamás se ha ausentado, siempre está ahí en el plano espiritual. Lo que sucede es que los humanos nos negamos a verlo con los ojos del espíritu obnubilados por las cosas del mundo y atrapados por ellas. En realidad, quien se ausenta es el hombre. Pero es tan grande la magnanimidad divina, que de vez en cuando Dios se acerca a la materialidad del hombre a través de Maestros o Mensajeros (Moisés, los profetas, Jesús, Buda, los justos de todas las épocas, etcétera) para
decir: estoy. Y con todo, con frecuencia ni así es escuchado.
Así será todo esto hasta que finalmente la humanidad se depure, evolucione, madure, se libre del mal que la gobierna y alcance la plenitud bienhechora.
Finalmente, la vida tiene pleno sentido cuando se acepta la trascendencia, y se comprende la existencia y presencia de Dios que es posible sentirla cuando se ama, cuando el hombre se recoge y vivencia su verdadera naturaleza que es espíritu y amor.