Día del maestro: recordamos a Juana Manso, docente y defensora de los derechos humanos

 

El 11 de setiembre se celebra el “Día del Maestro” y a modo de homenaje para todos los docentes recordamos  a Juana Paula Manso, quién además de docente fue escritora, traductora, periodista y pionera del feminismo tanto en Argentina como en Uruguay y Brasil.

 

Como homenaje a su persona varias calles, incluida una en Puerto Madero, Buenos Aires, y diferentes escuelas de ciudades de Argentina llevan su nombre. Nacida en un hogar de clase media alta compuesto por José María Manso, inmigrante andaluz, ingeniero y agrimensor que llegó a Argentina en 1789 y Teodora Martínez Cuenca, una joven porteña de ascendencia hispánica, vivió en el barrio Monserrat de Buenos Aires junto a su hermana Isabel.  Se destacó por su inteligencia y curiosidad pero los métodos de enseñanza que se aplicaban por entonces la aburrían y a pesar de que dominaba la lectura a la perfección sacaba malas notas por no saber de memoria el alfabeto. Decidió comenzar a estudiar por su cuenta de forma diferente y se interesó por los distintos idiomas extranjeros. El ambiente familiar donde se desarrolló era  partidario de las ideas de Mayo. Su padre participó de las batallas por la Revolución de 1810, luego fue partícipe del Gobierno Unitario de Bernardino Rivadavia lo cual impulsó la creación de la Sociedad de Beneficencia Educativa con el fin de fundar las escuelas de las Catalinas, y la de Montserrat. En 1839 Juana Manso, con 20 años, y su familia emigraron primero a la ciudad brasileña de Río de Janeiro y posteriormente a MontevideoUruguay a causa de las persecuciones que estaban recibiendo durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, por manifestar su oposición al mismo; y por apoyar públicamente la Generación del 37, que incluyó la confiscación de sus bienes cuando emigraron.

En 1842 Oribe sitia Montevideo y se ven obligados a emigrar otra vez y el destino es Brasil. Allí publicó historias y tratados filosóficos. La situación económica era muy difícil y en el año 1843 vuelven a Uruguay y fue nombrada directora de una escuela de niñas. Publicó las poesías Una tumba y Una lágrima para ella en El Nacional y un Manual para la educación de niñas.

Contrajo matrimonio con Francisco de Saá Noronha, un violinista apenas discreto que la hizo incursionar por giras en Estados Unidos, Cuba y Brasil. Tuvo dos hijas, Eulalia y Emilia y junto a su esposo escribió varias obras teatrales que alcanzaron un éxito notorio.

La relación en el matrimonio no fue buena, Juana recibía constantes humillaciones por parte de su esposo y si bien al comienzo los toleró el matrimonio duró hasta el fallecimiento de su padre ya que su esposo al enterarse de la muerte de su suegro que hacía las veces de mecenas la abandonó. Decide regresar con sus dos hijas a Buenos Aires luego de la caída de Rosas. Allí entiende que su divorcio es un proceso de aprendizaje de la vida y no una perdida.

Por su constante lucha en pro de la emancipación de la mujer y sus derechos, los diarios y publicaciones la atacaron constantemente hasta el punto de denigrarla nombrándola con epítetos salvajes, lo que quebrantó su salud. falleció el 24 de abril de 1875 a los 55 años enferma de hidropesía. Fue enterrada en el Cementerio británico porque se negó a recibir la extremaunción a pesar de que, según testimonió el pastor W.D. Junior, un grupo de damas le mando a comunicar que si no se confesaba no se le autorizaría su entierro en la necrópolis de Buenos Aires. Sus amigos vieron en esta última voluntad una muestra de su coherencia entre sus pensamientos y su modo de vivir y morir. Recién en 1915, sus restos fueron trasladados al panteón de Maestros del Cementerio de la Chacarita de Buenos Aires.

 

Como complemento de su trabajo se ocupó también de las niñas de escasos recursos económicos que solo recibían educación rutinaria y eso debía cambiar según su pensamiento, y además sostenía que la educación debía ser completamente práctica ya que para manejar la teoría se debía tener el pensamiento ya desarrollado.

Dio una conferencia que se llamó Pedagogía Filosófica que se enfocó en la educación del niño interiorizándose en su naturaleza. Para ello separó los periodos de aprendizaje en cuatro fases: atención y observación, atención y comparación, ejercicios de memoria y por último el uso de la imaginación; y fijó los objetivos que debían lograrse. Uno de los puntos más importantes era redactar reglamentos para escuelas cuyo fundamento sea la iniciación de los educandos en la moralidad, en el respeto a las instituciones sociales y a la ley, y que se evite substraer esas instituciones educativas de la arbitrariedad de los profesores.