Por Carolina Camacho

Sobre la película “Frankenstein” de Guillermo del Toro


Por Carolina Camacho

Cuando la autora y dramaturga británica Mary Shelley escribió la novela “Frankenstein” o “El moderno Prometeo” corría el año 1816, ya pasaron más de 200 años. La historia surgió un verano lluvioso en Suiza, en el que la autora junto con un grupo de amigos intelectuales organizó un concurso que constaba en ver quien de todos escribía la historia más aterradora ese verano.

En 1831 sale una versión revisada y ampliada por Mary Shelley, que incluye un nuevo prefacio y se considera la edición más popular y leída en la actualidad. Desde allí hasta nuestros días se han hecho varias versiones de adaptaciones cinematográficas de “Frankenstein” pero ninguna me había gustado tanto como la versión del director mexicano Guillermo de Toro. Me pareció muy buena. Todos los detalles de la película están muy bien cuidados. Imagino algunas de las decisiones con las que se tuvo que enfrentar el director para la producción.

Muy bien ambientada, una escenografía a la altura de sus producciones y bien representativa de la época, todo un desafío en pleno auge de la inteligencia artificial.

El clásico que ya había sorteado su estreno en salas en agosto de este año, ahora llegó a la plataforma Netflix.

Un Frankenstein más humano, una obra que se vuelca a cuestiones más humanas como el perdón y la culpa. Un monstruo demasiado humanizado para los días que nos tocan vivir, un monstruo con un alma, que no es poco, que sorprende a su propio creador Victor Frankenstein.

Quienes pasamos por la carrera de Educación estudiamos un texto en su momento llamado “Frankenstein Educador” del autor Phillipe Meirieu, que ante esta puesta nos vuelve a interpelar una y otra vez. Un monstruo hecho a imagen y semejanza de su creador es toda una metáfora que nos sirve para pensar la educación y para pensar varias cuestiones.

El actor protagónico Jacob Elordi con una caracterización muy a la altura del momento del monstruo Frankenstein. El monstruo lamentaba no poder morirse al igual que el resto de los mortales.

El actor Oscar Isaac mostrándonos como siempre una gran personalidad en la pantalla y también mostrándonos su hermoso cuerpo desnudo.

El ego del creador también es muy bien mostrado, para repensarnos en esos roles. Quien no domina su ego, termina mal es la idea principal que se desprende. No por haber sido creador, tenés derecho a llevarte todo por delante.

La mano del director nos garantiza transformar el miedo en algo bello.

Una mujer como musa, algo muy común para esa época. Elisabeth, como motor del deseo irrefrenable del monstruo de ser humano, por sobre todas las cosas.

No encontré fallas en la narrativa. Tal vez no le hubiera puesto tapa rabo al monstruo, aunque no es exactamente un tapa rabo sino una especie de venda en la zona pélvica, pero no me molesto tanto visualmente. A veces para un director se juegan otras cosas, y hasta se juega con la fantasía del público de que se caiga la venda y poder ver al monstruo desnudo. Genera morbo e intriga el pensar como será el monstruo desnudo.

El guión me pareció excelente, también trabajado por el propio Guillermo del Toro.

Me pareció una obra de arte muy bien lograda. El hecho de que el monstruo Frankenstein pueda perdonar todas las mezquindades de su creador es por demás tierno y revelador, porque es importante poder perdonar y poder ablandar el corazón en épocas de frialdad desmedida y lazos resquebrajados. Alguien que pide perdón y como respuesta a ese gesto generoso, sencillamente es perdonado con amor y verdad, sin revanchismos, ni bajezas, ni venganzas. Ojalá nos repensemos desde el amor. Ojalá Elisabeth no haya muerto en vano, porque la eternidad a cualquier precio no es una opción posible en ningún orden de la vida.

Gracias Mary Shelley por la obra y Guillermo del Toro por el séptimo arte del bueno que nos deja la vara muy alta para continuar el camino

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