La escritora argentina Paula Klein, radicada en Francia, lanzó su primera novela, «La luz de una estrella muerta», una ficción documentada en la que su protagonista va tras las huellas en París del mítico Alberto Greco, artista inclasificable, creador de los Vivo Dito, quien borraba las fronteras entre vida y obra a tal punto que el día que se quitó la vida, a los 34 años, escribió la palabra «fin» en su mano izquierda.
Mientras que la voz principal de la narradora, Elena, se embarca en el desarrollo de una tesis sobre los pintores argentinos en la París de posguerra, la vida real de Greco se entreteje en este relato de ficción, una tarea nada fácil si se piensa que el artista informalista y conceptual borroneó permanentemente los límites entre arte y vida, entre realidad y ficción.
Con humor, parodia y sarcasmo, Greco (1931-1965) realizó en los años 60 una serie de acciones efímeras denominadas «Vivo Dito», que consistían en rodear a personas con un círculo dibujado con tiza sobre la calle y luego firmarlo como obra de arte: buscó así enseñar la existencia del arte en su lugar, sin transformarlo ni mejorarlo, dejándolo fuera del circuito artístico reconocible hasta entonces, lo que supuso un cambio de paradigma que hoy es reconocido en todo el mundo.
Los Vivo Dito del artista planteaban una nueva concepción del arte a través del simple gesto de señalar: con esta acción, el artista designa y se apropia de un arte vivo, señalando vendedores ambulantes, mendigos, ciegos, campesinos e incluso animales.
El libro, publicado por Mansalva, se adentra en las aventuras de Elena y Grace, dos amigas en la Paris actual, mientras se hilvanan las apariciones de otros argentinos en la capital francesa, como Marta Minujín o Copi, e incluso el chileno Alejandro Jodorowsky, una fusión potente entre arte y literatura.
De vocación fabuladora, Greco realizó en poco más de una década un trayecto profundamente revolucionario para el arte contemporáneo; un artista que proclamó que la vitalidad del arte está en la calle y fue justamente en esas calles de París -tal vez otra protagonista de la novela de Klein- donde realizó la Primera Exposición de Arte Vivo, en 1962.
En 1965, el artista se instala en Barcelona y el 12 de octubre ingiere un frasco de barbitúricos en la casa de unos amigos, quienes lo encuentran agonizando. Greco había estado escribiendo con tinta hasta perder el conocimiento y en su mano izquierda alcanzó a escribir la palabra «fin». Dos días después murió en un hospital catalán, a los 34 años.
«Hace varios años encontré la famosa imagen en la que el artista Alberto Heredia es fotografiado adentro de un círculo de tiza mientras Greco sonríe a la cámara con un cartel que dice ‘Primera Exposición de Arte Vivo’. La fotografía es de 1962 en París y me pareció curiosa. Empecé a preguntarme qué hacía Greco ahí, cuándo había llegado, con quién. Así, poco a poco, empecé a tomar notas sobre su vida», cuenta a Télam la autora Paula Klein, profesora de literatura latinoamericana, al explicar el disparador de la novela «La luz de una estrella muerta».
-Télam: En su Manifiesto Dito del Arte Vivo, Greco escribió que «el arte vivo es la aventura de lo real». ¿Qué importancia tuvo esta declaración en la escritura de la novela, teniendo en cuenta que la protagonista también está a la búsqueda de aventuras?
– Paula Klein: Es central. Uno de los primeros textos que leí sobre Greco, durante mi tesis, fue ese manifiesto. Y esa frase me quedó grabada. La idea de hacer de la vida y de su propia obra una «aventura de lo real» impregna el texto. Porque, al fin y al cabo, la protagonista quiere eso: transformar su cotidianidad gris en una vida de aventuras y pasiones.
– T: ¿Qué aspecto fue el que más te fascinó de la figura de Alberto Greco?
– PK: Supongo que, al principio, fue la cantidad de anécdotas y de historias que cuenta sobre él cada persona que lo conoció. Como si su vida fuese un relicario de momentos locos, impregnados de su personalidad disruptiva, inconformista. Germaine Derbecq se refería a él como «el mago» de Buenos Aires. Además de la fuerza de su obra, la radicalidad de sus proyectos como los señalamientos o «vivo-ditos» o todo el juego que propone con el arte de los medios de comunicación, me intrigó esa mezcla entre lo angélico y lo inquietante que al parecer lo caracterizaba.
– T: ¿Cuánto tiene de vos la protagonista Elena, que también reside en París? Y el personaje de Grace?
– PK: Son pura imaginación, pero es cierto que hay algo en Elena, magnificado y llevado al extremo, por supuesto, de esa obsesión que caracteriza a muchos de los investigadores con los que me crucé durante mis años de doctorado. Esa identificación total, un poco extraña para los que la ven desde afuera, con sus objetos de estudio. Y algo así como una ciclotimia en lo que respecta a los resultados posibles de sus investigaciones, entre el optimismo y la desesperación.
Grace es la chica misteriosa. Junto con Greco, ella viene a completar el triángulo de la fascinación de Elena. Es un personaje que puede resultar odioso: prácticamente no habla, tiene fetiches excéntricos como salir de noche con anteojos negros, parece que desde el vamos está ahí para burlarse de Elena y hacerla fantasear con todo lo que su estadía parisina no tiene. Y sobre todo, sólo la vemos a través de los ojos maravillados de la protagonista. Esa existencia rodeada de un aura de misterio me gustaba. Quería que fuera a la vez un misterio y una especie de guía a la Nadja (NdR: novela surrealista de André Breton) que iba a ir sembrándole pistas sobre Greco a Elena. En un momento, leí que Greco había conocido a Audrey Hepburn en París mientras filmaba la comedia musical Funny Face (1957) con Fred Astaire. Pienso que ese estilo de personaje a la Hepburn, con algo de mujer fatal y de chica irresistiblemente frívola podría haberle gustado a Greco.
– T: Para algunos escritores, «vida» y «biografía» no son lo mismo. ¿Cómo lo concebís en el caso de Greco, quien llevó a cabo su propia muerte como una performance?
– PK: En realidad, la idea de hacer una biografía novelada nunca estuvo presente. Quería más bien reconstruir algunas instantáneas de la vida y de la obra de Greco a partir de una ficción. Me gustaba la idea de que los años 50 y 60 fueran apareciendo como restos, y también bajo el disfraz de los dobles, en la París actual en la que transcurre la novela. Y en lo que hace a la vida de Greco, traté de darle voz con fragmentos de documentación, con descripciones de fotografías, pero también intentando meterme un poco en su piel y especular sobre lo que pudo haber sentido. Sobre todo, cuando conoce a su gran amor Claudio Badal o en lo que hace a su relación, bastante tormentosa, con la poeta francesa Laurence Iché. Pero también cosas más cotidianas como las salidas nocturnas por Pigalle y Montmartre o un día de aburrimiento, sin ganas de trabajar y nada que hacer.
– T: ¿Cómo fue el trabajo de investigación de hechos reales para la narración de la novela?
– PK: Empecé leyendo y tomando notas de los catálogos sobre su obra: el del IVAM de Francisco Rivas y el de 2016, del MAMBA. Y después seguí leyendo un poco todo lo que encontraba: entrevistas, recortes de diarios, anécdotas de amigos como las que cuenta Marta Minujín en sus diarios de París. Y, sobre todo, muy rápido di con Paula Pellejero que es especialista de Greco y conoce su vida y obra al dedillo. Con una gentileza y una generosidad totales, ella me dejó ver su excelente documental «Alberto Greco. Obra fuera de catálogo» (2017), realizado junto a su hermano Eduardo. También me recomendó lecturas y me dio muchos datos preciosos sobre la estadía de Greco en París, la gente que frecuentaba, etcétera. Ella es un poco la «informante» al mismo tiempo deseada y temida del personaje de Elena y por eso le dediqué un pequeño homenaje, en modo de guiño, al final de la novela.
– T: ¿Cómo arribás al título «La luz de una estrella muerta»?
– PK: Es una frase que leí en una entrevista que le hacían a Edgardo Cozarinsky y en la que él se refiere a la fascinación que genera París en los argentinos y describe el brillo de la ciudad como «la luz de una estrella muerta». Y cómo el libro es al mismo tiempo una novela sobre Greco, sobre París y sobre la luz artificial o exangüe que envuelve a toda historia que se fosiliza en un mito, me gustó que quedara como título.
Por Mercedes Ezquiaga