Charlas de Candi – La nostalgia y el encanto sublime de Dios

-Aun la tristeza, la nostalgia tiene su encanto, Inocencio.

-¡Qué disparate! ¿Qué encanto puede tener la tristeza, qué de agradable hay en ella?

-Si se detiene a observar a una criatura que sufre y es lo suficientemente sensible como para sentir el grito silencioso del universo, verá en los ojos del sufriente el rostro de Dios. He escuchado muchas veces exclamar: “¿Dónde está Dios que permite esa angustia?”. Yo mismo, ciertamente, me lo he preguntado. Pero siempre termino en el mismo punto y con la misma respuesta: “Está allí, en el corazón de ese ser viviente angustiado”.

-¿No es un argumento rebuscado?

-No, porque el ser humano fue dotado de libre albedrío para direccionar su destino; la humanidad recibió los dones de la libertad y la razón. Lo que ocurre que ha hecho un mal uso de ellos. Dios no puede romper sus propias reglas, no puede intervenir, no puede bloquear la libertad que concedió. Somos los seres humanos, quienes intentamos no pertenecer a las huestes del mal, los que tenemos el deber de intervenir para que aquellos buenos, inocentes y sin fuerzas, no sean aplastados. No nos lavemos las manos, Inocencio. El alma del peregrino inocente, que sufre, tiene el encanto de un atardecer nostálgico, el encanto de Dios.

-Susurre esa vieja poesía que dedicó una vez al alma en carne viva ¿Cómo se llamaba?   Sí, ya recuerdo, “Atardecer (O el alma de un peregrino)

-Eres una nave sin velas, / un velero sin mar, / la conjugación silenciosa

del verbo amar. / Viajero sin destino, / siempre en las manos / de un oscuro sino.  

Preludio de la noche, / vacío profundo, / efímero pasajero / en el mundo,

eres un felino herido, / y el espíritu de Helios / que cae abatido.

¡Oh, rojiza nostalgia!, / quejido lejano del día, / eres una lágrima dulce, /

y la romántica melancolía, / lugares donde resiste / el alma de la poesía.

Imagen sutil del adiós, / eres, sobre todo, / el soplo de vida / el encanto sublime de Dios.

-Sí, tiene razón, la melancolía, como el atardecer, tiene el encanto de Dios, porque allí mismo está Él. Au revoir, Candi.